martes, 18 de marzo de 2014

Elecciones presidenciales en El Salvador

La Madeja del Gato (electoral)
Madeja #255
Por Christopher Vergara

El pasado 9 de marzo se llevaron a cabo en El Salvador, el tercer país más poblado de América Central así como la tercer economía per capita, donde se demostró una vez más que la segunda vuelta electoral no es la panacea que soluciona las elecciones reñidas, ni el mecanismo más útil para brindar legitimidad a una elección y a los gobernantes emergidos de ella.

Compitieron por un lado, Salvador Sánchez Cerón, candidato del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), el actual partido gobernante que remonta sus orígenes a las guerrillas revolucionarias de los setenta y ochenta hasta que en 2009 ganaron por primera vez la Presidencia en manos del actual Presidente Mauricio Funes. Por otro lado compitió, Norma Quijano, de la Alianza República Nacionalista (ARENA) partido conservador que gobernó el país durante veinte años, y que desde hace cinco es la principal oposición en el país. 

Fuera de la segunda vuelta, quedaron Elías Antonio Saca González, candidato de una coalición política de partidos menores que obtuvo el 11% de los votos, así como dos candidatos más que no alcanzaron el medio punto en votación. En la primera vuelta, Sánchez Cerón obtuvo 48.93%, mientras que Quijano el 38.95% de los sufragios emitidos. 

En la segunda vuelta, celebrada hace diez días, el candidato del partido gobernantes elevo minimamente sus niveles de votación hasta el 50.11% de los votos (1,495,815 votos) contra el 49.89% (1,489,451 votos) del partido opositor de derecha. Es decir, una mínima diferencia de 0.22%, o exactamente 6,364 votos. Una diferencia que hace parecer nuestra elección presidencial mexicana de 2006 como un mar de diferencia. 

El Salvador no es nuevo en elecciones cerradas. La elección presidencial de 2009 arrojó resultados francamente similares. Hace cinco años Mauricio Funes triunfó con el 51.32% de los votos contra Rodrigo Ávila de la ARENA que obtuvo el 48.68%. Sin duda 2.64% de diferencia es más de diez veces que 0.22%, pero no deja de ser una diferencia mínima. 

El principal problema sin duda de El Salvador es un sistema de partidos completamente cerrado a unos poquisimos partidos que además han creado una polarización impresionante en la sociedad civil. Como se puede ver, los votos de la coalición Unidad practicamente se desplazaron en su totalidad a la oposición con un muy menor incremento al FMLN que mantiene sus porcentajes de votación. Esto dentro de un escenario donde no hubo alteración significativa en la participación de los electores. 

Podrían darse muchas soluciones mágicas a la crisis de bipartidismo que enfrenta El Salvador: sin duda, yo daría la siempre usual receta de más partidos políticos. Una idea poco popular en el escenario actual donde los partidos políticos son vistos como una escoria para la democracia y la peor plaga que ha enfrentado nuestra sociedad. Sin embargo, siempre cabe recordar que la principal culpa de eso es de los ciudadanos, de nadie. 

Una sociedad que cuente con más partidos políticos tendrá más opciones en las cuales ver reflejado sus intereses y anhelos políticos y por tanto dividirá el poder, obligando a los actores políticos a unirse (sea en coaliciones electorales y políticas) donde habrá una negociación mayor y una conciliación de intereses, lo que terminará con los mayoriteos que se dan dentro de un sistema bipartidista, el cual es funcional (y eso con ciertas reservas) sólo en determinadas democracias muy maduras como la estadounidense.

El punto relevante que vale la pena traer a la discusión en un nivel general es sin duda que elecciones como las de El Salvador demuestran que la segunda vuelta electoral sólo genera mayorías artificiales y que además no resuelve los problemas de legitimidad inherentes a una elección, en principio claro, porque la legitimidad es un concepto político, no jurídico.

Cuando una elección viene cerrada, es decir que ha polarizado a los electores de tal manera, así haya una segunda vuelta, el resultado sólo volverá a ser cerrado. Es decir, no importa que se eliminen otras opciones electorales al final de cuentas si no hay una unanimidad electoral pronunciada ésta simplemente no se reflejará en las votaciones. Peor aún, en el caso de El Salvador incluso se podría decir que la segunda vuelta resultó contraproducente, pues redujo una ventaja de diez puntos a apenas 0.22%, sin que se alterará lo que era una robusta mayoría de un candidato. 

Por ello son encomiables clausulas hacía la segunda vuelta como la que contempla la Constitución argentina, que establece modalidades donde se puede evitar una segunda vuelta si un candidato obtiene más de 45% de los votos y una ventaja del 10% sobre su más cercano competidor. Una cláusula así sería un parche, pero uno funcional para un sistema político tan cerradamente bipartidista como el salvadoreño. 

La legitimidad sin embargo, no reside en los porcentajes de votos, ni en segundas vueltas o fantasías similares. Reside en la simple aceptación de las reglas del juego y de los resultados por parte de todos los actores políticos. Es decir, si las partes aceptan que han perdido, no habrá entonces mayores problemas entre los seguidores para reconocer a los perdedores y todos podrán convivir civilizadamente (o al menos estar en paz respecto de los resultados) hasta las próximas elecciones. 

Por eso la segunda vuelta es innecesaria en una democracia bipartidista consolidada como la de Estados Unidos. Por que todos aceptan las reglas y los resultados, sean como sean, incluso en una elección tipo Al Gore en el 2000. Pero si los partidos políticos y sus candidatos no confían en la autoridad electoral (a veces con razón, muchas sin ella), descalifican a la misma, sus resultados, etcétera, no habrá mecanismo jurídico que logré brindar legitmidad. 

Porque sobre ello insistimos: la legitmidad no es algo que la ley de. Es un concepto que los políticos brindan al sistema y en consecuencia de esparce hacía los distintos sectores sociales partidarios de tal o cual coalición. 

Eso aplica tanto con nuestros vecinos salvadoreños como nosotros mismos.

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