domingo, 24 de julio de 2016

Buscando a Dory

La Madeja del Gato (nadaremos, nadaremos)
Madeja #335
Por Christopher Vergara

Buscando a Nemo fue un trancazo brutal en 2003 cuando fue lanzada, fue un éxito inusitado para Disney y Pixar y con justa razón. Hablamos de una cinta fantástica, divertida y memorable que nos narra a través de dos pececitos el drama que representa la madurez para los padres, en especial cuando se han vuelto sobreprotectores. Aquella cinta es, en esencia, una road movie sobre crecimiento.

Montado en su nueva ola de secuelas (que prometen terminará tras el estreno de tres secuelas más), Disney obviamente volteó los ojos a la cinta que hasta la fecha permanece como su cinta animada original más taquillera. Para ello, Andrew Stanton regresó a la dirección (tras que Disney le concediera dirigir la extremadamente costosa y mínimamente lucrativa John Carter) esta vez con Victoria Strouse (guionista en el drama televisivo October Road) en el guión y Angus McLane (quien dirigió el corto Small Fry y el especial Toy Story of Terror!)  participando como co-director.

Buscando a Dory se sitúa un año después de la cinta original y nos presenta a Dory acostumbrándose a su nueva vida al lado de Nemo y Marlín que poco a poco retoman su vida rutinaria. Dory se ha vuelto una presencia ligeramente incomoda aunque siempre querida para el pez aunque todo da un giro radical cuando Dory tiene un golpe de recuerdos que la lleva a rememorar a sus padres y el hecho de que originalmente (antes de encontrar a Nemo) los estaba buscando. Es así que Dory emprende un viaje que la llevará hasta California para poder localizar a sus padres.

Buscando a Nemo le hablaba a su audiencia respecto a la paternidad y la evolución natural de esta en donde los padres van perdiendo un rol protagónico en la vida de los hijos, aunque debido a que son familia, siempre representaran un lazo necesario y revitalizante. Buscando a Dory nos presenta una bella metáfora respecto a otro tópico quizá menos universal pero igualmente poderoso: el de vivir con una persona con una enfermedad mental.

Dory es esencialmente una persona que sufre de una enfermedad mental consistente en su falta de memoria de corto plazo. Lo que en la anterior película podría parecer un gag más del personaje en esta cinta toma un sentido mucho más profundo y enriquecedor, pues a lo largo de la cinta se demuestra las complejidades que enfrentaron y enfrentan los padres y amigos de Dory, y en última instancia ella misma debido a una enfermedad que le impedía recordar casi todo lo que le acontecía (y que fue la causa por la cual perdió a sus padres, por ejemplo).

Pero la cinta no se queda sólo en este nivel y va más allá al mostrar que vivir con una enfermedad mental (o con una persona que la sufre) no es algo desolador y aterrador, ya que aunque si bien la convivencia puede ser más complicada y requiere más esfuerzo muy probablemente terminará siendo completamente funcional. Mejor aún, Dory es una persona valiosa por si misma, ya que debido a su misma enfermedad ha desarrollado una personalidad arrojada y optimista que la ha logrado sacar adelante. El momento final con el '¿Qué haría Dory?' es básicamente brillante y encierra la esencia del personaje y la cinta. El superar las adversidades y dificultades con una visión positiva y constructiva. Es decir, Dory es un magnífico ejemplo de resiliencia con el que cualquier persona (en especial si sufre una enfermedad mental) se puede identificar.

Obviamente la cinta lo realiza a través de un desarrollo maravilloso lleno de personajes deliciosos. La película nos presenta toda una pléyade de nuevos y geniales personajes empezando por el gruñón pero de buen corazón pulpo Hank, pasando por los geniales Destiny y Bailey (una tiburón blanco medio ciego y un beluga que perdió su capacidad de ecolocación) así como los encantadores y preocupados padres de Dory, Jenny y Charlie (los cuales se podría decir sufrieron lo que Marlín pero aumentado y prolongado pues su ausencia se extendió por varios años). Además claro, tenemos queridos personajes de regreso incluyendo una aparición especial y memorable de la tortuga Crush y su hijo Chiqui, así como el maestro Raya.

Los años le han sentado de maravilla a la cinta pues la tecnología de animación ha evolucionado a pasos agigantados lo cual permite que visualmente la cinta sea una delicia muy superior a su antecesora. El océano y el centro de investigación lucen radiantes, llenos de color, matices y vida, a lo cual también ayuda mucho el desborde de imaginación a que nos tiene acostumbrado Pixar.

Al final, Buscando a Dory es una magnífica cinta que nos regala casi dos horas de risas y alegría pero también de buenos momentos de llanto y emoción engalanados por un despliegue visual alucinante y unos personajes magníficos y divertidos. Algo bien bonito de las secuelas es esa cierta sensación de reencuentro con tus viejos amigos que tenías mucho de no ver. Reencontrarse a Nemo, Marlín y Dory es una delicia.

Como siempre no puedo dejar de reconocer la brillante labor de doblaje en esta ocasión a cargo de Ricardo Tejedo en la dirección. Patricia Palestino nos vuelve a regalar de forma estelar, a su inocente, divertida y tierna Dory, Hermán López vuelve como el adorable y neurótico Marlín. Gabriel Pingarrón conquista como el genial Ed, mientras que Silvia Navarro y Arturo Mercado Jr. son los fantásticos y muy despistados Destiny y Bailey. Ricardo Brust como Crush es la cereza para tan fenomenal reparto.  

El Último Hilo: La cinta es acompañada previo a su exhibición del corto Piper, sobre una hermosa y novel ave que se encuentra aprendido a cazar y tiene miedo al agua. Es una muy hermosa historia que complementa perfecto la película y además rompe con esa tendencia que tenían los últimos cortos de Pixar de amores improbables que estaba resultando un poco cansina. Le amé pues.

En la próxima madeja: Tin Kaine, el compañero de formula de Hillary Clinton.