lunes, 10 de febrero de 2014

Sobre el espíritu de la Constitución

La Madeja del Gato (constitucionalista y de fiesta)
Madeja #250
Por Christopher Vergara

Uno de los lugares comunes más socorridos durante el pasado aniversario número 97 de la Constitución de 1917 fue que derivado de las más de quinientas reformas que se la hecho ésta es irreconocible, ha violentado los principios del pacto social que le dio origen y e incluso se han expresa absurdos como el de decir que si un Constituyente de 1917 estuviera vivo y la leyera se volvería a morir. Tales afirmaciones vinieron de gente tan respetable como Diego Valadés hasta gente como Alejandro Sánchez Cámacho o Dolores Padierna. 

Más allá de que a éstas alturas son un completo cliché, estas expresiones no reflejan más que un total desconocimiento sobre el texto original de 1917 así como otra innecesaria pero clásica veneración de aquellos mitos fundacionales que hasta la fecha nos siguen persiguiendo como fantasmas y que tanto nos han hecho daño. 

El texto original de 1917 fue una Constitución sin duda alguna revolucionaria en su momento, al elevar a rango constitucional cuestiones esenciales como los derechos de clases o grupos sociales como los trabajadores o los campesinos así como declaraciones de gran valor como la gratuidad y universalidad de la educación básica. 

La Constitución de 1917 fue un texto, sin embargo, que básicamente siguió la tradición jurídica liberal imperante en la época. Es decir, más allá de establecer un Estado benefactor o social, el texto original era un texto que regulaba las relaciones entre factores sociales desiguales como el patrón y el trabajo o establecía el fin de cotos de poder como los latifundios, lo cual es un gran avance, aunque basicamente es ser un arbitro entre particulares. De ahí a establecer que el texto de 1917 creó el Estado de Bienestar que hoy está en crisis pues es una exageración. 

El Estado de Bienestar, que tanto se le achaca al Constituyente de 1917 no fue sino una invención jurídica e histórica del Partido Revolucionario Institucional y sus antecedentes. Los grandes beneficios sociales que se generan hacía los trabajadores, los campesinos, estudiantes, la industria petrolera, eléctrica, etc no se dan hasta alrededor de veinte años después bajo el gobierno de Lázaro Cárdenas y siguieron instrumentándose hasta los gobiernos de Adolfo López Mateos e incluso Luis Echeverría Álvarez. Muchas veces más con fines políticos y de despresurización social, que de verdadero compromiso con el mantenimiento del 'espirítu de la revolución' que era tan socorrido por el partido oficial. 

Es decir, venerar la Constitución de 1917 en su texto original es cargarle milagros que no le correspondieron sino a las tan temidas y vilipendeadas reformas que se llevaron a cabo desde los gobiernos de Lázaro Cárdenas hasta nuestros días. 

El otro argumento central que se esgrime es que la Constitución de 1917 al ser tan radicalmente diferente al texto original es practicamente irreconocible, y por ello se hace necesario crear una nueva que 'creé un nuevo pacto social'. Más allá de la idoneidad o no de redactar una nueva Constitución (que yo considero innecesario) es importante hablar sobre la idea de la Constitución estática así como las reformas a está. 

Gracias al discurso de los medios y algunos políticos de pocos vuelos, hoy en día el reformar la Constitución es visto como otro de los síntomas de la partidocracia y los excesos del poder. Tal consideración me parece manipuladora y falaz. Buscar que a estas alturas de nuestra existencia, la Constitución fuera casi idéntica al texto de 1917 es practicamente absurdo por una simple razón. Nosotros somos radicalmente diferentes a la gente de 1917. 

Como diría el buen Ferdinand Lasalle, la Constitución deben entenderse como el reflejo de los factores reales de poder, de las fuerzas vivas de la Nación, por así llamarlos. Es claro que social, política y económicamente no tenemos nada en común con la sociedad de hace 97 años y sin cortapisas, me alegro ampliamente de que así sea. 

Romanticismos históricos aparte, somos una mejor sociedad que la de hace cien años. Tenemos un mejor entendimiento y respeto hacía el entorno, tenemos fijados con mayor claridad algunas reglas de convivencia social y civilidad, hemos reconocido y protegido la otredad y en muchas maneras hemos avanzado en la forma de ejercer el poder, distribuirlo y fiscalizarlo. Tal vez no con la efectividad que quisiéramos, pero cuando menos las decisiones políticas fundamentales, o los anhelos en términos llanos ahí están. 

Es obvio que si un Constituyente de 1917 se levantará de su tumba hoy, no reconocería para nada la Constitución actual, y es fenomenal que así sea. Porqué la Constitución tiene que responder mis anhelos y los de todos los ciudadanos mexicanos. No los de un señor que vivió hace cien años en condiciones completamente distintas, con un trasfondo que se remite al mismo siglo XIX y con una construcción ideológica que hoy ha sido superada. 

Entonces, ¿cuál es la razón de rendir pleitesía y prender incienso al texto original de 1917 como si haberlo cambiado sea la consecuencia de nuestra tragedia nacional?. Más allá del interés político de algunos actores, es claro que la nostalgia por el texto original se halla más relacionada con ese cariño por los mitos fundacionales que tan bien se nos han enseñado (ergo, la historia oficial) como al claro miedo hacía el cambio que representa reformar el texto constitucional. 

Yo ampliamente me congratulo de la mayoría de las reformas constitucionales que se han realizado en los últimos veinte años. Sin ellas no tendríamos todo un entramado no sólo de organización y funcionamiento del poder, sino de nuestra esfera de derechos. Desde el simple hecho de que hoy en día tengamos derechos humanos reconocidos y no garantías otorgadas verbigracia por el poder, hasta el hecho de que contemos un aparato institucional amplio, que ejerce pesos y contrapesos y que ofrece herramientas mínimas para que la ciudadanía pueda fiscalizarlo, es claro que nuestra Constitución actual es ampliamente superior a la de 1917. La discusión sobre si aun existe o no el Estado social es ciertamente importante y quizá es donde no sabemos que hacer, pero ello no alcanzar a descalificar todo lo anterior.

O sin pecar de soberbia temporal, simplemente el texto actual responde a las necesidades e intereses de los factores reales de poder (entre ellos, la ciudadanía) de hoy en día. Eso es más valioso y funcional que una clase de historia mezclada con frases sentimentales del corte 'en mis tiempos las cosas eran mejores'. 

Incluso, si realmente consideramos que la Constitución actual no refleja lo que quisieramos o necesitaramos de ella, ¿no es ello un reflejo de nuestro fracaso como factor real de poder?. La ciudadanía, por tamaño, relevancia y fuerza es el factor real de poder por excelencia de cualquier democracia al ser quien conduce a la Constitución hacía donde le convenga. Que la ciudadanía no se sienta representado por la Constitución (más allá de que la conozca o no) es culpa de la ciudadanía misma que nunca se ha asumido como titular de derechos ni ha querido impulsar los cambios que considera necesarios, dejando en manos de otros factores reales las decisiones políticas fundamentales. 

No prendamos incienso al texto original de 1917 y prendamos fuego al actual. Comprendámos que son textos distintos, acordes a la realidad social de cada época. Apreciemos lo mucho que hemos avanzado y asumamos nuestro papel como actores fundamentales en la definición de los contenidos de la Constitución. Así, verdaderamete se honra el espíritu de aquellos que dieron su vida para generar aquel texto de 1917.

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