lunes, 9 de marzo de 2015

Mi decepción con el PRD

La Madeja del Gato (político-electoral)
Madeja #295
Por Christopher Vergara

Desde que tengo uso de memoria a nivel político (lo cual debe tener quince años ya), la izquierda y en consecuencia el Partido de la Revolución Democrática han sido mi opción política natural. O al menos lo fue hasta hace unos cuantos meses.
Mi relación con el PRD esta cargado tanto de misticismo romántico, como de convicción político-ideológico como de apreciación de resultados. Por toda esta combinación de factores, aunque sin llegar a ser militante, siempre crecí convencido (y llegado su momento voté) por el PRD.

Crecí en el seno de una típica familia de clase media que se consolidó a lo largo de la década de los setenta y ochenta, cuando el modelo de desarrollo estabilizador se mezclo con una suerte de populismo económico y finalmente el draconiano neoliberalismo impuesto desde el sexenio de Miguel de la Madrid que aniquiló diversas conquistas sociales y ha sepultado a la economía en un largo sueño. Una familia que como muchas, siguió con entusiasmo la campaña presidencial del Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas y vivió con tristeza los fraudulentos resultados de aquella elección.
Por ello el PRD era en mi juvenil concepción, el partido que representaba los anhelos y esperanzas de millones de personas que estaban hartas de tantos abusos, excesos, crisis, maltratos y desprecios. Era el partido que luchaba por los ideales de bienestar y progreso para México, su economía y sus familias. Era el partido que tenía la posibilidad de enfrentar al viejo sistema representado por el PRI y el conservadurismo político del PAN,

Posteriormente, surgió una verdadera convicción ideológica coincidente con el PRD conforme fui nutriendo y conociendo más de ámbitos e ideologías políticas. Estar 'enamorado' del PRD me llevó a conocer la historia política de la izquierda y sus centenas de ramificaciones e ir formando mi propia ideología, la cual hasta la fecha en sus grandes rasgos permanece. Incluso con mi actual desilusión respecto del PRD sigo pensando que la izquierda política, en su vertiente socialdemócrata y con una fuerte regulación estatal en una economía de libre mercado es el mejor modelo para un país subdesarrollado como el nuestro.

Conozco e incluso en algunos casos aprecio otras corrientes políticas como el nacionalismo revolucionario, el comunismo, el socialismo, el liberalismo social, entre otros. Incluso de algunos de ellos tomaría relativos elementos. Esa era otra cosa que me gustaba del PRD, que como izquierda ahí cabían todos.  
En el PRD estaban personas a las que yo admiraba, me caían bien o cuando menos me parecían políticos respetables o inteligentes. Obviamente sus grandes iconos como el Ingeniero Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Andrés Manuel López Obrador, Ifigenia Martínez, Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, entre muchos más. A diferencia de muchos que criticaban este pluralismo de ideologías para mi era algo positivo, pues le permitía al partido tener diferentes opiniones y voces aunque concordantes en el fondo, diferibles en los detalles, lo cual enriquece las visiones.
Al PRD le perdone muchas cosas, incluso algunas que otros consideran sus peores pecados. Cuestiones como los notorios casos de corrupción, los malos gobiernos en decenas de municipios e incluso gobiernos estatales. Eran males terribles, pero dentro de todo me parecían salvables dado que se limitaban a circunstancia y personas. También porque el partido era un proyecto que no se iba a perder fácilmente, se tenía la herencia, la historia, la lucha, los ideales, los programas, los resultados, los gobiernos, la gente.
 
Pero hubo límites que se cruzaron y que eventualmente me han decepcionado, me han cansado.
Como es sabido, una corriente alguna vez secundaria del PRD se fue apoderando del aparato burocrático del mismo, agravando los siempre presentes problemas de sectarización y cuotismo del PRD. Hoy el PRD que alguna vez existió ha desaparecido, fue engullido y se ha vuelto el nombre oficial del un grupo político que se hace llamar Nueva Izquierda. El PRD que quería, admiraba, romantizaba y apoyaba dejó de existir. Nueva Izquierda se encargó de matarlo.
Nueva Izquierda empezó un proceso de enquistamiento y marginación de las corrientes disidentes al PRD. Demostró su naciente poderío en 2008 cuando con todas las artimañas y trucos sucios se hizo de la dirigencia por medio de Jesús Ortega, su líder histórico. Dirigencia que hasta la fecha no ha soltado y han ido heredando primero a Jesús Zambrano y luego a Carlos Navarrete. Lenta y progresivamente se fueron reduciendo e incluso expulsando a las corrientes contrarias al Nueva Izquierda. Hoy en día las expresiones disidentes a NI son mínimas y reducidas, las que persisten, están condenadas a ser cola de león, aún Alternativa Democrática Nacional, su eterna compañera de pillerías.
No puedo apoyar a un partido en el que cada vez hay menos gente que admire, me caiga bien o incluso me genere respeto. En el que cada vez las figuras históricas que fundaron el partido, lo construyeron y le dieron proyección e imagen se alejan, son maltratadas o arrumbadas. Una cúpula que además le cierra las puertas a quienes no piensen como ellos, a quienes prefieren defender sus cada vez más escasas canonjías antes que apoyar nuevos cuadros.
Porque si, Nueva Izquierda puede decir misa y decir que ellos también fundaron al PRD. Ellos también han trabajado en el y ellos también tienen ideales, programas e ideología. Pero la izquierda moderna que tanto pregona Nueva Izquierda, en los seis años que ha regenteado el partido, en especial los casi tres que lleva el sexenio de Peña Nieto, no ha demostrado ser más que frases vagas o vacías, sumisión y adherimiento acrítico a las posiciones oficialistas y la negociación más encaminada a las canonjías, los puestos y los dineros que a otra cosa.
También duele el maltrato. La forma en que Nueva Izquierda ha ignorado, ofendido, vilipendiado y apabullado a gente que le daba sentido al PRD como el Ingeniero Cárdenas, Alejandro Encinas, Marcelo Ebrard, al mismo Andrés Manuel López Obrador y a tantos liderazgos regionales y locales es indigna. Incluso a un operador eficaz como René Bejarano y su corriente Izquierda Democrática Nacional decidieron marginarlos y debilitarlos. Peor aún, con discursos propios de baños de pureza de aquel que se siente puro e intocado por la corrupción.
Eso es lo que más duele del PRD. No los casos de corrupción e ineficacia, mal endémico de la clase política e incluso de la sociedad mexicana. Eso duele, pero no duele tanto como la traición al proyecto, la traición a la historia, el vaciamiento ideológico, la falta de acción, el sectarismo de los pocos que quedan, la defensa de los espacios como si fueran propios y no del partido o de la ciudadanía. Eso duele en el PRD.
No todo fue culpa del PRD. La izquierda mexicana también le debe parte de su futura desgracia a los otros partidos que se asumen como tales. Todos ellos marcados por el individualismo disfrazado de diferencias ideológicas. El mercenarismo del Partido del Trabajo, el mesianismo y univocidad de Morena, el pragmatismo sin ambages y sin principios de Movimiento Ciudadano. Todos estos partidos cometieron el mismo pecado de creerse invencibles e indispensables en la democracia. Todos ellos van a terminar pagando cruel y fútilmente. Porque tendrán votos, quizá el registro, pero consolidar el proyecto de nación es cada vez más lejano. Lograr el gobierno en las condiciones actuales es imposible.

Aun y cuando más que nunca, según las encuestas, los cuatro partidos de izquierda suman entre 22% y 27% de la votación, por arriba del promedio histórico de votación de la izquierda, difícilmente separados van a lograr algo, menos si llegado el momento de la unión siguen peleando por espacios, presupuesto y privilegios. Están condenados al basurero.
¿Y con qué se queda uno? Con una tremenda decepción y tristeza en el corazón. Peor aún, sin un sólo partido que represente los anhelos, intereses, aspiraciones y sueños de uno. Sin una adecuada correa de transmisión de los asuntos públicos. Lo triste es que una vez existió. Lo funesto es que tal vez nunca regrese.
 
Eso no quiere decir que no vuelva a votar por el PRD. Más allá de la esperanza que nunca muere, es incluso probable que lo haga este mismo año. Pero definitivamente no votaré por ningún político miembro de Nueva Izquierda. No puedo apoyar con mi voto a quienes dinamitaron el partido en el que tanto creí.

Y en la próxima madeja: Review de La Cenicienta.

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