Madeja #194
Por Christopher Vergara
Siempre me ha interesado razonar cuales son las razones que te impulsan a buscar el poder. Más allá de ambiciones económicas derivadas de la corrupción o de una enfermedad mal sana de corte egomaniacos de el poder por el poder, deben existir motivos internos que te lleven a buscar el poder. Que te impulsen a buscar el porque quieres ejercer el poder.
Esta duda siempre encuentra su mayor claridad cuando se trata de cargos ejecutivos y en especial el cargo ejecutivo por excelencia: el de la Presidencia de la República de cualquier país. A diferencia de los cargos legislativos o incluso de los ejecutivos a nivel local (donde se combinan factores como la búsqueda de el poder por el poder, la búsqueda de aumentar este, amen del modus vivendi); buscar el cargo de Presidente y más aun serlo es una decisión que presenta más costos que beneficios.
Por la manera en que nace el presidencialismo en los Estados Unidos durante la creación de la Constitución de 1776, el Presidente es un Rey limitado por los otros poderes y por la duración en su encargo. Ahí nace la bendición para la democracia (la cual no es tema de este artículo) pero también la maldición de quien ejerce el poder.
A diferencia de los Reyes que eran tales hasta que morían y podían imponerse a quien quisieran pues eran Reyes por designio divino, el Presidente encuentra limitado su encargo por una constante fricción con los otros dos poderes así como poderes fácticos así como por el mismo tiempo. Y este último es el más despiadado de todos, pues llegará un día en que dejaras de ser Presidente.
El Presidencialismo presenta severas deficiencias y cuestiones para reflexionar y una de ellas son los vicios propios de la forma en que fue creado y ha permanecido a lo largo de los siglos. Estos vicios se presentan principalmente en razón de que en los hechos es una monarquía que ha sido despojada de aquello que le daba estabilidad tales como la duración indefinida y la no oposición de enemigos.
El cargo de Presidente es un cargo que a su termino significa la muerte política real de quien lo ejerció. Quien ejerce la presidencia al terminar su encargo esta condenado al exilio político una vez terminado su encargo. Podrá dedicarse a actividades filantrópicas o académicas pero nunca más podrá ejercer un poder real como el que alguna vez poseyó.
La mística del presidencialismo encierra mucho una tragedia inherente a su existencia. Se convierte en una condena fatal. Quien es Presidente pasa de ser el máximo Rey de un Estado a un simple plebeyo, uno que incluso es repudiado y despreciado por el resto de los plebeyos. Es pasar de príncipe a mendigo en menos de 24 horas.
Ser Presidente de la República es además ganarse enemigos y perder amigos. Es además perder el respeto del respetable. Es ganarse el repudio de millones mientras conservas el respeto de algunos pocos. Es vivir para el resto de tus días en la incomodidad total ante el cumulo de promesas incumplidas (que nunca serán satisfechas).
Pero también la Presidencia de la República acarrea severos daños mentales: ser Presidente se convierte vivir en una fantasía y en una ilusión donde pierdes contacto con la realidad, vives a través de otros, pierdes el sentido social que alguna vez propugnaste y tus únicos lazos con el mundo se van destruyendo por las dinámicas mismas del poder.
Más aun, en democracias en construcción (o peor, en democracias bananeras): la figura del Presidente no sólo acarrea los vicios de los Reyes, acarrea los vicios de los Dioses o los Santos. Sociedades que están acostumbradas a tener un ente todopoderoso (imaginario y/o real) que les resuelva la vida, le confían lo inimaginable a quien hasta hace pocos días era igual que ellos: un plebeyo más en ese perverso sistema de poder.
En pocas palabras, ser Presidente es un asco. Estas practicamente condenado a terminar en el basurero e la historia para cuando menos un par de millones de personas.
Es ahí cuando toma sentido. la pregunta de ¿para qué quieres el poder?. Una vez que estas consciente de todos los retos y de todas las perdidas que significará ser Presidente, y decides mantener esa decisión, lo siguiente que debes evaluar es ¿qué vas a hacer con el poder?.
Porque si vas a tener el poder con la maldición inherente de que algún día lo perderás lo que debes hacer es planear con toda exactitud que harás con el, conocer sus límites, conocer sus reglas, conocer los costos de cada ejercicio y con base en ello planear cuál será la manera en que lo ejercerás.
Sin duda si algo debes revisar con urgencia es la convenencia política, social y hasta psicológica de mantener un regímen como el presidencial. Querer saber si queremos seguir apostandole a Reyes que terminarán enloquecidos.
Sin duda si algo debes revisar con urgencia es la convenencia política, social y hasta psicológica de mantener un regímen como el presidencial. Querer saber si queremos seguir apostandole a Reyes que terminarán enloquecidos.
Es ahí cuando el poder presidencial se convierte en una especie de magia que debes saber como la utilizas si no quieres cometer error tras error hasta el infinito. Hasta la nausea. Es cuando deberás dotar de contenido no sólo programático sino estratégico y plaúsible a tus planes. Donde deberás estar decidido a perder todo y luchar hasta la muerte por tus ideas y tus planes sin importar que puedas perder aún más de lo que ya has ganado.
Es donde dejas de ser un Rey disfrazado de Presidente y te conviertes en un estadista. Donde aun con todas esas perdidas, tu única ganancia marginal tendrá algún sentido. Donde conforme con tus juicios de valor propios podrás saber que pese a que seas odiado, hiciste todo lo que estuvo en tus manos y eres responsable de un cambio en la vida de millones.
Porque si tomas el poder sin pasar por estas reflexiones lo único que obtendrás serán pifias tras pifias y estupideces tras estupideces. Lo único que harás será ejercer el poder de manera (si bien te va) frívola y vacua. Pero si mal te va, cederás a tus peones demonios internos y entonces todo aquello que supuestamente te llevó al poder se convertirá en lo contrario de lo que harás.
Pero ¿qué es lo peor que te puede pasar en esta larga lista de infortunios?. Que no sólo desconozcas en que consiste el poder y seas un ignorante de aquello en lo que lo vas a utilizar. Lo peor que te puede pasar es que no estés preparado para el, que no naciste para ser un Rey (en la forma de un Presidente).
Que seas un tipo gris, de ideas cortas y pasiones altas. Un tipo sin noción sobre el ejercicio del poder. Un burócrata de la política que llega a dónde llega porque tiene olfato para el ejercicio de la política y la búsqueda de los votos. O cualquier otra clase de político promedio. Ser no apto para ser Presidente no significa en automático que seas un bueno para nada o que no tengas oficio ni beneficio.
¿Y entonces como terminas siendo como Presidente?. Terminas siendo un Presidente como Felipe Calderón.
Un habil político que sin embargo no tenía noción alguna sobre lo que es ejercer el mínimo de poder. Un tipo gris y corto de ideas que llego con grandes frases carentes de contenido progrmático. Que improvisa decisiones. Que no mide las consecuencias de estas y que termina culpando a todos (menos asímismo) de sus decisiones. Que termina justificando sus errores, o peor aun, intentando sacralizarlas y defenderlas pese a sus notables defectos. Que termina siendo un pobre personaje venido a menos que plantó semillas que nunca florecerán.
Por eso, si en algún momento decides buscar el poder, ser un Rey disfrazado de Presidente, medita bien si realmente tienes los conocimientos y la aptitud para ellos. De lo contrario, evitate la pena de terminar como tantos, en el basurero de la historia.
Porque ser Presidente significa también jugar con la vida del destino de millones de personas. Y es ahí cuando las cosas dejan de ser divertidas y meras vanidades y se convierten en la peor maldición del poder presidencial: el que siempre acabaras jodiendo a otros. El quid esta en que tanto y a cuantos jodes.
Y en la próxima madeja: Revisemos el gabinetazo que nos preparó Enrique Peña Nieto.
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