Madeja #205
Por Christopher Vergara
Dentro de los diversos temas que plantea en su agenda el Pacto por México, se halla inscrito la reforma política del Distrito Federal, asignatura inacabada y no tocada desde 1996 y que ha sido un tema que en tres administraciones no ha podido salir adelante.
Y es que quince años de ejercicio del poder son más que suficientes para demostrar las fallas del entramado legal construido en 1996. La mecánica y dinámica del poder que se estableció en aquel tiempo ha demostrado estar ampliamente rebasada y no responder a una sociedad ampliamente exigente así como una clase política cada vez más compleja y oriunda.
Por tanto es que cada vez es más urgente la reforma política del Distrito Federal. Y aunque el tema principal sin duda es la Constitución del Distrito Federal esto tampoco es un destino sin el cual no se podrán hacer grandes cambios.
Que no se malentienda, sería muy positivo para la Ciudad contar con una Constitución, aunque sería más una cuestión de mero formalismo enunciativo pues en los hechos las Constituciones locales no son más que estatutos de gobierno (consecuencia de un federalismo mal entendido). En ese sentido el quid principal sería en dotar a la ALDF la potestad exclusiva de poder reformar el Estatuto de Gobierno sin necesidad de que lo haga el Congreso de la Unión.
Mucho se ha dicho sobre el estatus jurídico de la Ciudad. Y en ese sentido creo que darle vueltas es también jugar un poco a los nombres y no a los fondos (al final del día llamese como se llame si no se atacan los asuntos principales será un mero cambio cosmético). Sin embargo el estátus de Estado obviamente no le aplica por lo que el de Ciudad Capital o algún termino similar sería correcto. Tampoco veo necesidad de cambiar el nombre de Ciudad de México y/o Distrito Federal.
Donde verdaderamente tendrán que hacerse cambios es en la forma de trabajo de los órganos de gobierno del Distrito Federal (que deberán aquí si, convertirse en poderes, pues eso es lo que son), siendo el punto principal la eliminación de cualquier intromisión del Presidente o el Congreso de la Unión en temas que son de interés de la Ciudad. Es decir, permitir que el único grado de injerencia de los Poderes Federales en el ejercicio de su actuar sea el mismo que ejerce sobre las demás entidades federativas.
Mucho se dice sobre la seguridad o cuestiones similares en razón de que la Ciudad es sede de los Poderes. Pero este es un argumento más apto del siglo XIX cuando esto era una realidad a hoy donde es una mera fantasía de los viejos constitucionalistas. No hay necesidad de que el Presidente deba encargarse de la seguridad de la Ciudad con mayor injerencia en como lo hace en las demás entidades.
Ergo, el Presidente no debe ratificar al Procurador y Secretario de Seguridad Pública locales, debe hacerlo la ALDF.
Sin duda uno de los grandes temas es el relativo a las delegaciones políticas, aunque aquí hay que tomar muchas precauciones. Más que simplemente convertirlas en municipios como los de cualquier otro estado, hay que convertir a las delegaciones en modelos de municipio que aspiren a ser ejemplo nacional, no permitiendo los vicios de los restantes sino al contrario dándoles nuevas herramientas y reglas.
Por ejemplo, es impensable que pase a las Delegaciones el control de los mandos policíacos, cuando se ha demostrado que el esquema de mandos únicos en la Ciudad ha sido bastante funcional, tampoco sería muy correcto darles a las delegaciones la facultad de conservar lo recaudado vía predial, pues esto generaría graves inequidades en el volumen de recaudación, siendo mejor que se distribuya desde el gobierno central.
Por otro lado hay que crear mecanismos de participación que permitan a los ciudadanos tener un mayor contacto con las Delegaciones. Esto pasa por crearles instituciones como los Cabildos (asegurando una cuota de proporcionalidad que en la medida de lo posible sea lo más pura posible) pero no sólo eso, sino creando mecanismos para que los Cabildos atiendan las peticiones y propuestas de las personas, que haya una verdadera comunicación entre unos y otros.
La reforma política del DF debe ir en estos y muchos sentidos más (hay que ampliar el catalogo de facultades de la ALDF a la vez que trabajar por su pluralidad así como definir y matizar las facultades del Jefe de Gobierno asemejandolo más a un gobernador) en la reforma política que debe dotar a la Ciudad de mayores herramientas, nuevas reglas y mejores modos de gobernarse.
Los días del Departamento del Distrito Federal deben quedar completamente atrás, es hora de que las autoridades del poder públicos cuenten con nuevas facultades, nuevos trajes que respondan mejor a las exigencias de una ciudadanía que en quince años no ha hecho otra cosa más que crecer y volverse mucho más exigente, no sólo exigiendo un gobierno más activo sino de mejor calidad.
Por el bien de la ciudad ojala se concrete la reforma. 15 años es mucho tiempo de espera.
Y en la próxima madeja: Review de Los Miserables.
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